Y que nadie se me enfade.
Parada, desfile más bien (¡aay, esas malas traducciones del inglés!) de recuerdos imborrables, extraños, amables.
Monstruos, porque más allá de su apariencia, su voluntad, sus méritos, son rechazados, marginados, ninguneados por la masa.
Mi gusto por algunos, muchos, jugadores sevillistas “incomprendidos”, de esos a los que la grada pitaba continuamente.
Debe ser cosa enfermiza.
Puro romanticismo.
Hace algún tiempo les hablé de mi admiración por Jesús Choya.
Cualquier otra día contaré mis desvelos por el cordobés Pineda.
O el coriano Benítez.
O Joaquín Pichardo.
Uno de los últimos casos ha sido para mí Diego Capel.
Y espero que no llegue a serlo Luis Alberto.
Lesiones, carácter, asesores, varias y todas son las causas del estrépito.
La mayoría de las veces, como puede apreciarse, estamos hablando de jugadores canteranos.
Sí se llega de fuera hay más paciencia.
Si las cosas van mal, y hay que buscar savia nueva, también.
Veremos en qué queda la cosa.
Pues por poco no sale en el post de hoy Enrique Montero...
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