jueves, 4 de junio de 2009

Aquel golazo increíble de Curro Sanjosé


Fue el 6 de noviembre de 1.977, en el Ramón Sánchez-Pizjuán, en partido liguero vespertino, como siempre era antes, contra el eterno rival.

Por aquellos tiempos, dicen aún hoy nuestros vecinos, el segundo equipo con estadio en la Palmera de esta ciudad contaba con la mejor escuadra de su historia, Esnaola, Cardeñosa, Gordillo, Mühren …, por cierto, todos ellos, elementos que se retiraron del fútbol activo, tras larguísimas temporadas en verdiblanco, sin conocer las mieles de la victoria liguera contra el Sevilla Fútbol Club en el coso de Nervión.

Nuestro Sevilla de entonces estaba entrenado por Carriega, y se encontraba en pleno proceso de consolidación de su plaza entre los mejores equipos de España, recuperada la temporada anterior, tras varios años de purgatorio en segunda. Era aquel Sevilla de Eugenio Montes en el palco, y grandes figuras de la casta y el coraje sobre el césped, como Paco, Gallego, Blanco o Sanjosé, protagonista de nuestra hazaña.

Francisco Sanjosé García, Curro Sanjosé, o simplemente Currili, era y es uno de esos tipos imposibles de encasillar, por mucho que algunos quisieran tacharlo de duro. “Nunca he lesionado a nadie” le he leído en alguna entrevista, y efectivamente así fue. En realidad se trataba de un futbolista, de una persona, todo corazón, hecho de hierro y nobleza a partes iguales, con biotipo del sur, único en su singularidad, producto exclusivo de la cantera sevillista, tan distinto y genuino como Enrique Lora o Jesús Navas, por poner dos ejemplos diametralmente opuestos, pero igual de eficaces, cada uno en su época.

Curro Sanjosé encarna en mi memoria el recuerdo de aquel fútbol artesano de los setenta, con escudos y números cosidos a la camiseta, adquiridos en Deportes Arza, pelota de cuero con pentágonos rojos y blancos, albero rubio alrededor del césped, militares de uniforme y niños con gafas de pasta, escasísimas señoras, puros habanos, pictolines, pipas, transistores al oído y marcador simultáneo, banderas recogidas a modo de capirotes botando en la grada baja de gol norte, y cánticos de guasa ya casi arrumbados como “míralo, míralo, ya se han mosqueao…” o aquella sevillana que empezaba entonces a sonar: “…soñaba Cardeñosa con ser Montero…”





Entre las cualidades de aquel gran lateral, antecesor y maestro en el campo de nuestro entrenador de hoy, Manolo Jiménez, me quedo con dos.

La primera, esa forma irrepetible de controlar el balón con el pecho, en cuclillas o incluso hincado de rodillas en la hierba, amortiguándolo, durmiéndolo, para salir con él controlado, mirando al frente, mandando a su gente “palante”, con ese gesto tan suyo de levantar el brazo izquierdo hasta el cielo.




La segunda, su terrible disparo con la zurda, ese auténtico mortero endiablado, sólo superado por la pegada de acero de Scotta, que nos daría muchos tantos, y decisivos puntos, a lo largo de toda su carrera, con el enorme mérito que ello tiene, siendo defensa, y en el fútbol de entonces.

Uno de aquellos obuses significó la victoria sevillista, una más, aquella tarde de otoño, que guardo dulcemente en la memoria. El partido estaba atascado, por la defensiva táctica visitante, y nuestro Sevilla, con el talón de Aquiles de su ineficacia goleadora, no lograba encontrar los caminos hasta la puerta de Esnaola.

Es el minuto 8 del segundo tiempo, y el Sevilla sale a la contra. Currili acaba de recibir la bola de Julián Rubio, aún en su parcela, y sale conduciendo con su zurda, avanzando, con leves toques de tanteo, y recién cruzada la línea del mediocampo, a la altura del banquillo visitante, casi sin pensárselo, se decide a lanzar un zambombazo en busca del gol imposible, a cuarenta metros de distancia de la portería rival, confiado en la potencia de su disparo. El esférico vuela como un relámpago, zigzaguea en el aire, y se incrusta en las redes verdiblancas, ante el asombro de los visitantes y la alegría, la inmensa felicidad de la grada nervionense, que rompe a cubrirse de blancos pañuelos celebrando la inmensa belleza del gol.






Treinta años más tarde, saliendo del Philips Stadium, de Eindhoven, la noche del 10 de mayo de 2006, iba con mi hermano, mis primos, mis amigos y allegados, bajando las escaleras de un vomitorio, embriagados ya con la felicidad del sueño europeo alcanzado, y la primera persona que nos encontramos, fue ¿lo adivinan?

Francisco Sanjosé García, Curro Sanjosé, quién mejor para inaugurar esa noche de eternos abrazos.

Recuerdo que le pedimos una instantánea, para inmortalizar el momento, que podéis ver a continuación. En el instante de posar, situándolo en el centro, uno de nosotros le susurró al oído: “Curro, tú has sido nuestro ídolo de pequeños…”

El resultado, ahí lo tenéis, no necesita comentarios, lágrimas de pura emoción que reflejan la inmensa humanidad de esta gran figura sevillista de todos los tiempos.


6 comentarios:

  1. Magnífico y emocionante artículo. Refleja el fútbol de la época y nos reflejamos perfectamente todos los sevillistas que peinamos canas. Enhorabuena!

    ResponderEliminar
  2. He disfrutado una barbaridad paladeando tu artículo... y haciendo memoria de aquella época en la que me vestía de sevillista con una camiseta interior "enguatá", el 6 de escai rojo cosido por mi madre y un dibujo repasado mil veces hecho con rotulador que quería ser el escudo del Sevilla.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. Has descrito a la perfección mis recuerdos de infancia. Gracias por tu comentario, batanero.

    ResponderEliminar
  4. Hola le escribo desde la peña cultural sevillista, queremos organizar un encuentro de blogeros en nuestra peña, queremos que sea a finales de este mes mas o menos, dejo mi correo por si estais interesados, pcslazurdadediamante@gmail.com

    ResponderEliminar
  5. Estupendo artículo. Curro Sanjosé es uno de los inolvidables ídolos de nuestra niñez. Además de lo que has contado, recuerdo varias cosas. Su postura también especial cuando esperaba que le sacasen en corto una falta indirecta: agachado, con una pierna delante y otra detrás, el brazo izquierdo atrás y a la altura de la rabadilla, el derecho delante a la altura de la barbilla, sin apenas espacio para coger carrera...
    Tampoco se me olvida el día de su despedida. Yo estaba con mi padre en voladizo de preferencia, no recuerdo el rival, pero fue un partido de presentación en una tórrida noche de agosto. Cuando se retiró para ser sustituido por Jiménez, sus compañeros lo cogieron a hombros y le regalaron sus camisetas mientras el Sánchez Pizjuán le daba una de las ovaciones más cálidas y sentidas que yo he vivido. Recuerdo que me dio pena. Se iba un trozo de mi historia de sevillista.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  6. Gracias Raimundo y bienvenido a tu casa. Ahora que dices lo de las faltas es como si lo estuviera viendo. Solo he querido destacar un par de cosas, porque son muchos los recuerdos. ¿Te acuerdas por ejemplo los saltos que daba, pese a su corta estatura? ¿Te acuerdas ese arte para protestar a los árbitros, como capitán, con las manos detrás, recogidas en la espalda?
    La foto que encabeza el post la tengo dedicada por él, siendo yo niño. Y verlo en el Philips Stadium fue algo mágico. Nos lanzamos a por él.

    ResponderEliminar