domingo, 27 de marzo de 2011

Jugadores del Sevilla impiden una violación en la Ciudad Deportiva

El Eco de Canarias, 19 de Marzo de 1981

Lo contaba Efe, hace treinta años.

Crónica de sucesos, más que deportiva.

Con el capitán, Pablo Blanco, a la cabeza, los futbolistas nervionenses impidieron que "un joven abusara de una señora", a las afueras de la ciudad deportiva.

Impagables las hemerotecas, sí señor.

lunes, 21 de marzo de 2011

La posguerra del Sevilla y el Betis (2ª Parte)


En nuestro análisis sobre las causas que determinaron la diversa trayectoria seguida por los dos primeros equipos sevillanos tras la Guerra Civil, abordaremos hoy lo que podríamos denominar el elemento social, las aficiones.

Por lo que respecta al Sevilla F.C., nos encontramos con una nómina de socios amplia y dispersa, que se caracteriza por un profundo compromiso con el decurso del club.

Recordemos las dificultades vividas en el Sevilla F.C. para hacer frente al arrendamiento, primero, y a la compraventa, después, de las instalaciones deportivas sevillistas en el barrio de Nervión. Este alto nivel de compromiso se evidenciará igualmente años más tarde al erigirse el estadio Ramón Sánchez-Pizjuán, al sufragarse su terminación o en el momento de la conversión del Club en sociedad anónima deportiva, así como para el fichaje de algún futbolista de postín, como fue el caso de Daniel Bertoni.

Solo así se explica que la entidad hubiese superado exitosamente, sin ayudas foráneas (incluido el Ayuntamiento y demás instituciones públicas) y únicamente con recursos procedentes de sus propios socios, la ocupación de hasta tres campos de juego en una horquilla temporal de apenas quince años, cuando la sede deportiva de la sociedad significaba entonces, junto con el pago a los jugadores profesionales, el gasto más importante de la cuenta de resultados.

Primero fue el campo del Mercantil, en el Prado de San Sebastián; posteriormente el traslado a la actual Avenida de la Palmera, campo de la Reina Victoria, y finalmente, al campo de Nervión. Cada mudanza suponía perder el graderío, las vallas, el ambigú y la caseta de vestuarios. Apenas si podían reciclarse las porterías, los banderines de córner y el marcador.

En contra de lo que muchas fuentes tradicionales han dado a entender, los periódicos de la época reconocen que esa masa social sevillista estaba compuesta mayoritariamente por personas de una humilde extracción social y que, pese a todo, estaban dispuestas a contribuir económicamente según las necesidades coyunturales de la entidad, incluso en tiempos tan difíciles como era una guerra.

Extracto del reconocido periodista bético Antonio Olmedo
(ABC de Sevilla, 7 de marzo de 1939)

La Agrupación Sevillista era el mejor reflejo del sevillismo vivo de clase media y baja, capaz de convulsionar los estamentos del Club y derrocar si era preciso a los señoritos que ocupaban puestos de responsabilidad si el rumbo de la sociedad no era el apetecido.

Por el contrario, en el Real Betis Balompié, el grupo de socios realmente fieles y comprometidos se reduce a menos de un centenar de personas.

Sólo unos meses después de haber alcanzado el mayor éxito deportivo de su historia, el Club ya estaba en crisis, vendiendo jugadores, y en menos de un año, la inmensa mayoría de los seguidores del club verdiblanco habían abandonado el club, dándose incluso de baja ochocientos de sus socios por no querer pagar una cuota extra de cinco pesetas con ocasión de un partido liguero.


El Mundo Deportivo, 16 de mayo de 1936
 (Haz click en la imagen)
 Este comportamiento, sin aparente explicación, deriva a nuestro juicio de la volatilidad de unos socios que, tras el abandono de la presidencia por Ignacio Sánchez Mejías en 1932 y la venta de los mejores jugadores a partir de 1935, no encontraban razones para permanecer vinculados al Club.

La escasez de socios béticos, con la consiguiente merma de ingresos por cuotas, así como la falta de apoyo financiero externo, condenaban al Betis de la posguerra a una difícil situación deportiva, que con toda probabilidad se habría desencadenado incluso sin necesidad de que llegase la Guerra Civil.

Y eso que, a diferencia de su vecino sevillista, había disfrutado del uso de hasta dos estadios municipales (Patronato Obrero y Heliópolis), con el consiguiente ahorro de gastos en infraestructuras, lo que le proporcionaba una indudable ventaja competitiva respecto a su rival.

Y de otras ayudas públicas por doquier.


ABC de Sevilla, 17 de mayo de 1944



El Correo de Andalucía, 1 de febrero de 1946

Indudablemente, el reducido círculo de béticos comprometidos que se mantuvo al pie del cañón durante los tiempos difíciles merece el máximo de los reconocimientos, como también merecen un amargo reproche todos los que desertaron del Club cuando más se les necesitaba.

La historiografía verdiblanca ha elevado a la categoría de leyenda, con toda justicia, a este núcleo invulnerable de béticos, por su apoyo incondicional a la entidad, pero no por ser más numerosa ni más eficaz su contribución, debe caerse en la demagogia de menospreciar el valor de la amplia capa de socios sevillistas, incluida esa inmensa mayoría de clase media y baja de la que hablaba el bético Antonio Olmedo, que sacrificaron su economía familiar para permitir que su Club saliese lo más airoso posible del trance de la Guerra Civil.

Los datos aportados demuestran que en este momento histórico, la popularidad del Sevilla F.C., incluso entre las clases sociales menos pudientes, estaba firmemente sustentada en sus valores deportivos e institucionales, mientras que la del Real Betis Balompié, salvo honrosas excepciones, dependía mayoritariamente de que acompañasen los resultados deportivos.

Teniendo en cuenta las informaciones periodísticas de la época, no puede basarse la diferencia ni en las inclinaciones políticas de cada afición ni en una supuesta pertenencia a clases sociales distintas, siendo semejante la capacidad económica media de los socios de uno y otro bando.

La diferencia estaba, sencillamente, en el número de incondicionales, en el estricto sentido de esta palabra, abrumadoramente superior en el caso sevillista. Dicho de otro modo, mientras los seguidores blancos ejercían su sevillismo con HECHOS, rascándose los bolsillos, los verdiblancos demostraban su (supuesto) amor al Betis meramente de PALABRA, en tertulias de taberna o café.

Y termino, como siempre nos gusta hacerlo, con una prueba documental, para que no digan que lo que afirmamos son simples apreciaciones subjetivas. Podríamos ofrecer más, pero nos lo reservamos para otra ocasión.

El Correo de Andalucía, 16 de enero de 1946

viernes, 11 de marzo de 2011

La posguerra del Sevilla y el Betis (1ª Parte)


Es obvio que la trayectoria deportiva del Sevilla F.C. y del Real Betis Balompié tras la Guerra Civil fue diversa.

En realidad, también lo había sido antes …

Pongamos que diecisiete Campeonatos de Andalucía para los sevillistas, por uno de su rival.


Hablamos de la primera etapa gloriosa del Sevilla, que se extendió desde 1.917 a 1.928, coincidiendo con la llegada a las filas sevillistas de Juan Armet de Castellví “Kinké” y el apogeo de sus primeras figuras: Ocaña, Herminio, Brand y Enrique Gómez Muñoz “Spencer”, que conquistaron todos los Campeonatos de Andalucía de aquellos años.

Esta época de triunfos concluiría al desintegrarse el equipo con el prematuro fallecimiento de “Spencer” en 1.926 (en la plenitud de su fútbol) y la obligada retirada de Herminio, por lesión, sus dos primeros internacionales, nada menos; así como el declive físico de “Kinké” y Ocaña, por razones de edad:

“Hubo también sus momentos malos, naturalmente, en los cuales parecía que la fatalidad o mala suerte iban a torcer la recta trayectoria del club, pero no ocurrió así. Fue uno durante la temporada 1926-27, en la cual bajas como la de Spencer por fallecimiento, Herminio por grave lesión, que le separó definitivamente del fútbol, y las de Kinké y Ocaña por jubilación, provocaron aquel “bajón” que la esplendorosa aparición de Guillermito Eizaguirre no pareció bastar para sostener el rango que el club merecía, pero que afortunadamente fue conseguido”

Ramón Encinas para ABC de Sevilla, Especial Bodas de Oro, 9 de diciembre de 1.955.

… y lo volvería a ser después. Basta comprobar el palmarés o las estadísticas de competición de uno y otro club, incluso los enfrentamientos directos, para cerciorarse de la supremacía deportiva sevillista.

Así, el club blanco se proclamó Campeón de Liga en 1.946 y de Copa en 1.948. Fue subcampeón liguero en 1.940, 1.943, 1.951 y 1.956, y de Copa en 1.955. Disputó la tercera edición de la Copa de Europa, llegando hasta los cuartos de final, donde fue eliminado por el vigente campeón, el Real Madrid.


El Betis, por su parte, disputaría siete temporadas en Tercera División y nueve en Segunda.

Todo ello sin contar los méritos deportivos de ambos clubes en la primera década del siglo XXI, que determinan una distancia sideral entre los mismos.

El tópico novelesco alimentado desde sectores verdiblancos afirma sin tapujo alguno que fueron la Guerra Civil y el subsiguiente cambio de sistema de gobierno las causas de la decadencia deportiva verdiblanca y de un correlativo impulso del Sevilla. Al margen de la tergiversación evidente que supone pretender negar los éxitos sevillistas previos al conflicto bélico (por ejemplo, el doblete en el Campeonato de España de 1935 conquistado por el primer equipo y el equipo amateur), ya se ha demostrado, por activa y por pasiva, con los medios de investigación digitales que hoy en día impiden sostener esta sarta de mentiras impunemente, que el declive de la plantilla bética campeona de liga, la desintegración de la misma, se produjo por razones puramente internas y antes de que llegase la Guerra: la afición había dado la espalda al Club, dejándolo al borde de la desaparición, incapaz de satisfacer las altas fichas de sus jugadores más cotizados y sin sustento financiero, por lo que aquéllos tuvieron que marcharse traspasados.


El Mundo Deportivo (14/05/1936)
 Así pues, descartada la Guerra Civil como causa de la diferencia, hay que buscar en otros factores las claves que expliquen certeramente el distinto desenvolvimiento de Sevilla y Betis durante la posguerra.

Comenzamos hoy con el primero de ellos, lo que podríamos denominar, el aspecto organizativo.

Desde un punto de vista institucional, y hasta que la dictadura franquista impone su particular cambio legislativo en la ordenación del deporte, el Sevilla F.C. fue evolucionando desde la clásica oligarquía que caracterizaba a la mayoría de clubes de fútbol en sus inicios, a un bipartidismo oficioso, representado, de un lado, por el poder tradicional emanado de la Peña Sevillista de la calle General Polavieja (algunos viejos sevillistas, como Eugenio Montes Cabeza, se referían a este grupo de “notables” como el “senado” sevillista), en los altos del American Bar, de corte señorial y aristocrático; y de otro lado, por la plataforma opositora de la Agrupación Sevillista, con un perfil más popular y modesto, liderada por Emilio Gayoso.

Tras la salida del Barón de Gracia Real, las grandes personalidades que lideran el Club serán Ramón Sánchez-Pizjuán, en primera línea de fuego.



Antonio Sánchez Ramos en la sombra.


Ambos son personas de buena posición, pero con un patrimonio personal limitado, que han sido elegidos por los socios de la entidad en asamblea, no en razón de su poderío económico, sino en virtud de sus cualidades personales y profesionales, amén de por su vocación de servicio al Club. Ejemplo de ello es la famosa anécdota del discurso ante los miembros de la Agrupación Sevillista que catapultó a Sánchez-Pizjuán al liderazgo de la entidad, evitando un cisma entre las dos corrientes de opinión imperantes en el Club.

Esta cultura de poder plural siempre ha impregnado el gobierno de la entidad sevillista:

“Un club, al cabo de su historia, denota la época en que se fundó, a dónde llegó y por qué senderos se desenvolvió su vida. Así, el Sevilla F.C., al constituirse y en sus primeros estatutos, ya señaló que podía pertenecer a la sociedad todo el mundo. Fue eso que se llama ahora interclasista. En sus listas sociales podían ingresar quienes quisieran sin distingos de religión ni de política. Nacía un club liberal y demócrata.”

ELIDO (pseudónimo del periodista Joaquín Carlos López Lozano), Especial de ABC 75 Aniversario del Sevilla F.C.

Y continuó funcionando solapadamente durante los años siguientes, permitiendo, por ejemplo, que el Sevilla F.C. no se resintiera por la marcha a Madrid de Ramón Sánchez-Pizjuán para ocupar un puesto en la Federación Española de Fútbol, abandonando la presidencia del Club, en la que sería sustituido por el Marqués de Contadero.

El regreso de Sánchez-Pizjuán a la presidencia sevillista se produce, no por casualidad, en 1948; el carismático dirigente blanco estaba lejos de comulgar con el método franquista de designación a dedo de cargos entre elementos de “probada adhesión al Movimiento”, pero cuando este sistema fue derogado, devolviéndose las competencias a las asambleas de los clubes, se produjo su retorno a su puesto natural:

“En 1946 se produce el relevo del presidente de la F.E.F., Javier Barroso, por Jesús Rivero Meneses, de procedencia falangista. El general Moscardó, que continúa disfrutando el cargo vitalicio de delegado nacional de Deportes, seguía con poder –conferido por el artículo 4 del Decreto de febrero de 1941- para nombrar a dedo al presidente, los vicepresidentes y los miembros de la Comisión Directiva de la Federación Española de Fútbol. Sin embargo, este método dictatorial –que era reflejo del sistema político que gobernaba el país-, seguido también en el nombramiento de presidentes de clubs, sufrió un ligero cambio en septiembre de 1946, cuando la Delegación Nacional dictó una disposición por la cual las directivas podrían elegir presidente (...) Estas disposiciones serían reguladas en 1948 por un sistema de elecciones indirectas propio de la democracia orgánica que las leyes franquistas habían ideado en 1947 ante el aislamiento internacional que el régimen sufría por parte de los vencedores de la guerra mundial. Era un sistema mediante el cual se limitaba el derecho a asistir a la Asamblea anual a unos 200 socios, cuyos nombres habían sido elegidos por sorteo (los llamados “compromisarios”). Sin embargo no habría elecciones en cada asamblea sino al término del mandato del presidente, que se fijaba en cuatro años”

FERNÁNDEZ SANTANDER, C. “El fútbol durante ...”, ob.cit.; páginas 90 y 91.

Asimismo, en el ámbito financiero, el Club aparece alejado de los tópicos que lo tildan de equipo rico, y no se le conoce dependencia económica significativa de ninguna personalidad concreta, basándose su sustento patrimonial en las aportaciones de sus socios, y en una severa administración de los recursos corporativos.

“Por aquel entonces presidía el club el hombre más bueno que he conocido, un gran caballero, Don Juan Domínguez, barón de Gracia Real. De nadie he recibido más atenciones. Le acompañaban en su gestión los señores don Luis Ibarra, don Eladio R. Borbolla, M. Amores, don Luis Nieves, don Juan Reimana, don Eduardo Silvestre y don Federico Maquedano, este último “afortunado” tesorero de aquella casi inexistente tesorería. Malos vientos soplaban por aquel entonces para el fútbol español en periodo de evolución. No existía el profesionalismo legalizado y sí el entonces llamado “marrón”, que sostenían con poca fortuna los clubs de la época. Las subvenciones o ayudas a los jugadores eran muy pobres, como pobre era el estado de la caja social. ¡Cómo han cambiado las cosas desde entonces! Sin embargo, el Sevilla F.C. siempre fue el mismo: con la deportividad por norma, fiel reflejo de sus directivos, supo en todo momento hacer frente a sus compromisos y sostener su categoría de equipo “señor” a través de las vicisitudes porque toda sociedad ha de pasar.”

Ramón Encinas (ABC de Sevilla, Especial Bodas de Oro, 9 de diciembre de 1955).

Por el contrario, el auge deportivo verdiblanco al iniciarse la década de los años treinta responde claramente a los impulsos de un mecenas, Ignacio Sánchez Mejías, que desembarca en el Betis en 1.928.


 
El mandato del torero se basó en el método de gestión unipersonal, tanto que ni siquiera el partido único verdiblanco, la Tertulia Cultural Bética (Moreno Sevillano, Bohórquez, Doménech, Cuéllar, Nalda, etc.) fue capaz de hacerle sombra.

En el caso bético, además, el liderazgo no pudo encontrarse dentro de sus filas, sino en un elemento extraño al Club, puesto que de hecho, Sánchez Mejías era socio sevillista, aunque fuera convencido por una embajada de béticos notables (concretamente, Juan Alfonseca y Adolfo Cuéllar) para que pusiera su nombre y su dinero al servicio de la entidad.

Por estar así configurado, el esquema organizativo bético tendía a ser necesariamente efímero, al padecer la concentración de todo el peso institucional en unas mismas manos y en un único pulmón financiero, del que dependía la suerte del Club, de modo que al fallar éste, significaba la inmediata puesta en riesgo de la viabilidad misma de la entidad.

Apenas tres años pudo sobrevivir holgadamente el Betis tras la salida de Sánchez Mejías. Quienes le sucedieron fracasaron en la empresa, al punto de llegarse al umbral de la Guerra Civil con la directiva dimitida en pleno, debido a su incapacidad para dar solución a los males de la entidad.

Hubo que suplicar la ayuda de instituciones y de las fuerzas vivas de la ciudad para tratar de evitar la desaparición, encontrándola incluso dentro del propio sevillismo, en un ejemplo de generosidad que mal puede conciliar con las tesis de aquellos que quieren presentar al Sevilla F.C. como foco de todos los males padecidos por el Club balompédico.

El Mundo Deportivo (20/05/1936)

La inevitable crisis posterior, que hizo que el Betis diera con sus huesos en Segunda y Tercera División, no era más que la secuela propia de casi todas las sociedades que en algún momento de su historia han basado su crecimiento deportivo en la dependencia económica de algún personaje omnipotente.

Piénsese por ejemplo en el caso del Atlético de Madrid de Jesús Gil y Gil o en el mismo Real Betis Balompié de Manuel Ruiz de Lopera, a quien también fueron a buscar una serie de “béticos notables” para que aportara apoyo financiero a la entidad, en los difíciles momentos previos a la conversión de los clubes en sociedades anónimas deportivas.

El gasto exacerbado en los fichajes y salarios de las grandes estrellas contratadas por el talonario de Sánchez Mejías no podía compensarse con los escasos ingresos ordinarios (cuotas por socios) del Club tras la salida de aquél, provocando un desequilibrio que ni siquiera la precipitada venta de los jugadores entre 1935 y 1936 pudo corregir.

(… Continuará)

martes, 8 de marzo de 2011

Hugo Maccoll, capitán del Sevilla FC

Por Guardianes de la Memoria


121º aniversario del primer partido de football association en España, disputado por el Sevilla FC

La pista de The Field nos ha traído la confirmación de la identidad de uno de los principales personajes del remoto Sevilla Football Club novecentista.

Como le gusta decir a mi amigo Cornelio (y a los demás), una nueva pieza del puzle.

El detalle, el hilo del que tirar y tirar, ha sido esta vez la letra inicial que el cronista del periódico inglés tuvo a bien consignar delante de los apellidos al inventariar a los caballeros que saltaron a la hierba de Tablada para disputar la tradicional partida navideña de 1890.


En las alineaciones publicadas en prensa sobre éste y el resto de matchs disputados entre el Sevilla Football Club y el Huelva Recreation Club aparece repetidamente como capitán del once sevillano un tal Maccoll.





Antes del descubrimiento del Vice-Cónsul Edward Farquharson Johnston como Presidente de la entidad, sospechábamos algunos, entre los que me encuentro, que el capitán del equipo, precisamente ese Maccoll, podía ser también el presidente que nos faltaba, la pareja desconocida del Secretario Isaias White J.


No fue así, aunque no le faltaban galones para haber sido el máximo mandatario de los protosevillistas.

Porque efectivamente, nuestro Maccoll, Hugh Maccoll, era un personaje de postín.

Don Hugo (luego explicaremos por qué) había nacido en la muy querida y muy sevillista capital de Glasgow, en la lejana Escocia (cada día más cercana sentimentalmente a nosotros).

Fue en el año de gracia de 1.861.

Hugh (Hugo) MacColl, (1861-1915) started as an apprentice with Napiers, then worked for Cunard. He joined Howden (Glasgow) as chief draughtsman, then went to Spain for six years as the technical manager of Portilla White at Seville. When he returned from Spain with John Jameson as a partner he started the Wreath Quay Engineering Works, and after Jameson’s early death he formed a long term partnership with Gilbert Pollock, who took over the management after his death. The first electric cantilever crane in the north east, and probably the world, was installed at the works in 1905. The last engines by MacColl & Pollock were for five vessels in 1930 with a total of 4,900 ihp.

“The prolonged period of barren years, 1931-5, in marine engineering threatened to put in jeopardy the vital skills of its work force.”

Fuente: “Building Ships on the North East Coast” J.F. Clarke

Como vemos, tras los estudios básicos, Maccoll encontró acomodo como aprendiz en la empresa del gran maestro escocés de ingeniería naval Robert Napier.

Continuaría su formación con Samuel Cunard (socio de Napier y constructor de famosos trasatlánticos como el “Queen Mary” y el “Queen Elizabeth”) en Southampton.


Y con James Howden, en Glasgow, sería jefe de diseñadores.


Todo ello antes de embarcarse (nunca mejor usado el término) en una exótica aventura profesional por el Sur de España.

Seis años, seis, como Director Técnico de la fundición sevillana Portilla and White, diseñando calderas de vapor para los buques de la Armada española.


La Sevilla de entonces la han descrito otros con mayor acierto y belleza.

Estamos en plena resaca de los viajeros románticos y los primeros fotógrafos de viajes, que trasladan a la Gran Bretaña la imagen de una ciudad singular, puente de culturas, en la encrucijada geográfica entre Europa y África, de ahí el exotismo del que hablábamos antes.


Esa media docena de años sevillanos para Maccoll hicieron mella en un hombre que, rozando la treintena, se encontraba, sin duda, en el mejor momento de su vida.

Tanto que decidió, con todas las consecuencias, desterrar para siempre su impronunciable nombre de pila, Hugh (que, por cierto, significa “inteligente”), por el castellanizado Hugo, que conservaría hasta su muerte.

In Spain it was necessary, for linguistic reasons, to convert Mr. MacColl's baptismal name into Hugo, and he retained this name for the rest of his life.

Fuente: "Transactions of the Institution of Engineers and Shipbuilders in Scotland", Volumen 58.

De esta (aparentemente simple) anécdota extraemos un significado de gran simbolismo, que dice mucho de lo que representaron para él sus años en Sevilla.

El cambio de nombre en Maccoll evoca una especie de nuevo nacimiento, un nuevo bautismo, la conversión en un hombre nuevo, distinto al jovencito (quizás pelirrojo y pecoso) que había llegado desde Glasgow.

No es difícil comprender por qué era el capitán del Sevilla Football Club.

Estamos ante el principal ejecutivo técnico de la Portilla and White y el más veterano de los integrantes del equipo (un año mayor que Edwin Plews). Mandaba en la empresa (más que el hijo del dueño) y mandaba también en el campo.

Su presencia en el Sevilla Football Club primitivo encaja a la perfección con los relatos orales del onubense Daniel Young.

Y su protagonismo en los circuitos empresariales sevillanos viene confirmado por su cercanía (digámoslo así) con el Círculo Mercantil e Industrial de Sevilla, cuna del más puro y original sevillismo intersecular.

A su vuelta a la Gran Bretaña fundaría la sociedad Maccoll and Pollock en Sunderland, ciudad inglesa a la que pertenecía (¿casualidad?) el mejor y más influyente club de fútbol de la época, camisetas de rayas rojas y blancas, como las encargadas a Wood en la asamblea sevillista de 1908 previa al partido de Messina.

La Maccoll and Pollock se dedicaba a la ingeniería marina, siendo muy apreciados sus motores de vapor para barcos.

Se casaría Don Hugo con la señorita Maude Maccarthy, a quien conoció en 1901 mientras estaba alojado como invitado en casa de su padre, el alcalde de Newcastle-on-Tyne y propietario de barcos, George Eugene Maccarthy.

Tuvieron dos hijos de singular nombradía, Hugh Geoffrey Maccoll, como físico, y James Eugene Maccoll, como político laboralista, lo que acredita el status que había alcanzado la familia.

Falleció súbitamente el 31 de agosto de 1915, a los 54 años de edad, en su Glasgow natal.

Atrás quedaba su etapa sevillana, y sus andanzas futbolísticas que, nos atrevemos a afirmar, serán probablemente desconocidas para sus propios descendientes.

Por poco tiempo.

Los Guardianes estamos acercando posturas con la familia, y esperamos que las gestiones en curso den pronto sus frutos, para gozo del sevillismo amante de su historia y su pasado.

¡¡Salve Hugo Maccoll, primer capitán sevillista!!