martes, 19 de mayo de 2009

El capitán de las cinco copas ...


… y del mejor equipo del mundo.

Así fue y así será, por siempre jamás.

Aún cuando la última de esas copas, aquella maravillosa noche en la que humillamos al campeón liguero en su propia casa, no pudiera disputarla de corto en el terreno de juego.


UEFA 2006 en Eindhoven, Supercopa de Europa 2006 en Mónaco, UEFA 2007 en Glasgow, Copa del Rey 2007 y Supercopa de España 2007 en Madrid.

Una, dos, tres, cuatro y cinco.

Mejor Equipo del Mundo, en Salzburgo.


No una, dos veces. 2006 y 2007.

Casi ná.

Para mi generación, para la tuya, lector, para las venideras, Francisco Javier Vicente Navarro, Javi Navarro, o simplemente Javi, representará a perpetuidad, por los siglos de los siglos, amén, el recuerdo del Sevilla más poderoso de todos los tiempos, de un Sevilla en la cúspide de su propia grandeza.

Su gesto levantando títulos es ya puro símbolo del triunfo, la imagen de la victoria, el vivo retrato del éxito sevillista, como la roja bandera centenaria, como el himno de Arrebato, como la voz de nuestro Jesús Alvarado cantando goles de gloria a puñados en SFC Radio, la emisora del alma, la que siente como tú…


Cuando estemos en el lecho de muerte, muchos de nosotros, al dar el último repaso al álbum de nuestras vidas, nos detendremos tranquilamente en el fotograma de Javi alzando una copa al cielo, cubierto de papelillos …


Una escena, para mí, casi onírica, estructurada como un cuadro religioso del barroco, con el capitán, abajo, en el centro, brindando con el cáliz del triunfo, rodeado de sus discípulos, y arriba, el rompimiento de gloria, representado por esos copos mágicos de papel, rojos y blancos, suspendidos en el cielo, bailando como seises, sobre el fondo difuso de una grada sevillista.


Se nos va, sin quererlo, muy a su pesar, y al nuestro, casi, casi en silencio, un futbolista grande, auténtico, un deportista que sabe de oscuridades, sacrificios, olvidos, humillaciones … y un atleta de verdad, irrepetible, con su leyenda negra, como otrora el gran Marcelo Campanal, pero mentalmente aún más fuerte e invencible que el asturiano, capaz de sobreponerse a todo.

En cierta ocasión escuché decir “lo difícil se consigue, lo imposible se intenta”. Creo que Javi Navarro personaliza como nadie dicha afirmación. Su carrera, marcada por las lesiones, pero también por los laureles, es un ejemplo cierto de superación, dignidad y fe, el triunfo de la voluntad sobre la lógica, la prueba de que el trabajo duro tiene su recompensa.

Miles de posters de Javi deberían recubrir las paredes de los centros de rehabilitación traumatológicos, para demostrar a los pacientes que se puede salir del pozo, que es posible recuperar el vigor y la destreza perdidos, que hay que creer en uno mismo …

Con todo lo que había sufrido en la soledad de los gimnasios, teniendo que ponerse de nuevo el traje de novillero después de haber tomado la alternativa, estando dos años largos parado en plena efervescencia de juventud, sin sentirse futbolista, postrado en una habitación mientras los compañeros le sobrepasaban como un Ferrari a una carreta, resultaba casi un milagro verlo saltar con esa fuerza descomunal que lo ha distinguido del resto, imponiéndose a todo y a todos, ejecutando ese escorzo imposible, esculpido a lo Rodin, para alejar el peligro de la meta sevillista con un cabezazo de hierro, o bien lanzarse a la velocidad del rayo en un cruce decisivo, sin contemplaciones, para arrebatar el esférico de los pies al delantero rival.




Afortunadamente, el fútbol le tenía reservado un espacio privilegiado en su particular “hall of fame”. Aún en las postrimerías de su trayectoria futbolera, superada ya la treintena, empezó a acumular uno tras otro trofeos e incluso la internacionalidad absoluta, cuando probablemente ya no la esperaba. Tenía que administrar bien los esfuerzos, medirse, reservarse para las grandes ocasiones.


Su última actuación, colosal, fue en Madrid, en la final de la Copa del Rey del 23 de junio de 2007 contra el Getafe. Yo estaba allí, como tantas miles de almas sevillistas que anegaron la capital, apretando los dientes en ese descuento agónico en el que Javi y el resto de compañeros de zaga, Drago, Escudé, Andrés Palop, se hincharon a despejar los balones aéreos colgados a la desesperada por la delantera madrileña. El honor de la última intervención sevillista en el partido antes del pitido arbitral correspondió a Javi … y allí terminó todo.

Han pasado casi dos años sin su presencia sobre la hierba, golpeado de nuevo por los males de su rodilla, y parece que Javi, definitivamente, dirá adiós este martes al fútbol activo, lamentablemente, sin vestirse de corto.

Se va como vino, sereno, discreto, misterioso, como es él, como siempre ha sido, pero con la maleta cargada de gloria, de orgullo y del cariño y la admiración imperecederos de una legión de sevillistas que siempre lo considerarán su Capitán.

3 comentarios:

  1. Sí señor.
    Ese es Javi Navarro; el costalero de la plata sevillista.
    Grandísimo post para la despedida de un grande de verdad.

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  2. Gracias Capitán.

    Habrá un día en que el hoy sea ayer.

    Ese día tendrás un sitio (ya lo tienes) entre los Grandes.

    Un día en el que algunos soñarán coger la Copa y hacerse una foto en la misma postura que tendrán grabada en su memoria...

    y habrá quien se la haga.

    ¡Gloria al Sevilla Fútbol Club¡

    ¡Gloria al Capitán que nos condujo a la gloria!

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  3. Saludos.

    Hasta pronto, Capitán.

    Que los hados te sean propicios.

    Cuídate.

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