viernes, 23 de septiembre de 2011

Pepillo el melillense


"… la coge Pepillo, avanza Pepillo, regatea a un contrario, a dos, a tres, sigue Pepillo, se acerca al área rival, Pepillo dribla al portero, a otro defensa, Pepillo continua hasta la línea de gol, va a marcar Pepillo, y … gooooooooooooooooooooool de Pepillo, goooooolazo de Pepillo, sensacional, extraordinario una vez más el genio de Pepillo …”

Lo que acabo de transcribirles, bien lo saben los más veteranos, es el recuerdo de viejos ecos radiofónicos narrando una de aquellas inverosímiles jugadas del gran delantero centro que militara en las filas sevillistas en la década de los cincuenta del siglo pasado.

Un futbolista de fábula, único, genial, distinto.

Una figura de relumbrón de aquel extraordinario Sevilla en el que compartía nómina, balón y linimento con los Arza, Busto, Campanal, Ramoní, Domenech, Guillamón, Araujo, Loren o Valero, entre otras enormes estrellas.

Casi ná.

En aquellos tiempos lejanos no había fútbol para las televisiones, igualito que hoy.

De hecho, no había casi ni televisiones.

Al que no cabía en el viejo Nervión, le tocaba, si podía, escuchar la retransmisión del partido dominical en la radio.

Entonces, más que ahora, el fútbol, como el ponche Caballero, era cosa de hombres, algo que afortunadamente ya ha cambiado.

Así que el recuerdo radiofónico de goles narrados en sevillista, en el hogar de mis mayores, es el recuerdo de mi madre, o el de mi tía Carmen, dado que al fútbol iban sólo los varones, mi abuelo Antonio, su padre, mi tío Antonio, al que algunos de vosotros conocéis, o mi tío Enrique.

Si alguien pregunta a mi madre por el Sevilla de Helenio Herrera, por jugadores de aquellos tiempos, te hablará primero de Marcelo Campanal, por su fama, su categoría y su atractivo masculino de atleta.
Te hablará de Loren, no por su fútbol, que fue bueno, sino por su parecido físico con mi padre, su futuro esposo, tanto que llegaría a confundir a ambos en cierta ocasión en una jugosa anécdota que queda para la intimidad de nuestra historia familiar.
Y te hablará de Pepillo, porque las ondas hertzianas repetían insaciablemente su nombre, una y otra vez, sobre todo en esas tardes inspiradas, que no eran pocas, donde su fútbol individualista, chupón, hacía que pareciese que el partido lo jugaban el Pepillo F.C. contra el Athletic de Bilbao.

Hay que aclarar, para los menos duchos en los anales del sevillismo, y que cada día son menos, que este Pepillo fue el segundo de nuestra historia. Antes que él hubo otro, también extraordinario, y al que algún día homenajearemos como corresponde, que hizo historia con los stuka.

José Díaz Payán, "Pepillo"
Se trataba de José Díaz Payán, un finísimo delantero que se alineaba como interior derecha, entre López y Campanal, desplazando en ocasiones a Torróntegui a la media, en aquel Sevilla de la posguerra civil que, cimentado sobre su propia cantera local, se entretenía goleando a sus rivales, una vez sí, y otra también, como si tuviera un contrato televisivo de Barcelona o Real Madrid.
El Pepillo que hoy nos ocupa es José García Castro o como lo bautizara el inolvidable padre Federico Pérez Estudillo, Pepillo el melillense.

Yo no lo vi jugar, pero soy capaz de visionar su fútbol en mi imaginación, como podría hacerlo con Juanito Arza, Campanal o Ruiz Sosa, gracias a los relatos orales de mi casa y a la lectura de aquellos magníficos y personalísimos artículos de aquel cura sevillista de rancia sotana negra que representan una parte de la mejor literatura blanquirroja de todos los tiempos:
"Ya hemos hablado de Pepillo García Castro, el melillense que hizo las delicias de los sevillistas con su juego afiligranado, de pura escuela sevillana. El del encaje de bolillos, las "sevillanas" con el balón en los pies, los driblings inverosímiles y la alegría de su fútbol, que llenaba de claridad el campo.

¿Os acordáis? Contamos aquel geométrico gol al Madrid, pero no podemos dejar de contar otro gol histórico, prodigioso y con su poquito de guasa, como nos gusta a los sevillistas. Eran ya los tiempos del declive de nuestro equipo; pero aquel día, ya en el estadio nuevo, todavía con sus muñones de hierro retorcidos y sus huecos que parecía iban a durar siempre, resucitó el Sevilla de los mejores tiempos, gracias a aquel delantero centro fabuloso. Era el Atlhetic de Bilbao el oponente aquella tarde y era un partido de mucha responsabilidad para el Sevilla. Marcó primero el Sevilla, por medio de aquel extremo izquierdo húngaro, magnífico, pero frío, que hubiera sido definitivo con un poquito de genio. Pero después del gol de Szalay, que no era otro el húngaro, se impuso el Athletic y marcó dos goles, terminando el primer tiempo con esa ventaja para los vascos. El partido se había puesto muy difícil y en el público no había esperanza alguna de remontar el partido.

Comenzó el segundo tiempo. Pepillo y Pepín hicieron una jugada, al alimón, rematando a la red Pepín, y empatando así. Pepillo estaba inspiradísimo aquella tarde. Ya en el primer tiempo había driblado a tres o cuatro atléticos y había llegado al mismísimo poste de la izquierda, en donde tropezó con el balón, por lo que no pudo meterse con la pelota en la puerta. Pasaba el tiempo y se mantenía el empate. Todos creíamos que terminaría el partido sin que se alterara el marcador. Faltaban escasos minutos y llegó el milagro de Pepillo. El Athlétic defendía la portería de gol norte, o sea, la de Luis Montoto; Pepín pasó en profundidad a Pepillo. Ante él estaban los gigantescos defensas vascos y el meta, el magnífico Carmelo, uno de los mejores porteros de todos los tiempos del fútbol español y el mejor de aquella época. Dribló Pepillo a Mauri, el estupendo medio internacional que formaba con Maguregui una de las más fabulosas líneas medias del fútbol de España. Dribló a Etura y dribló al formidable Garay, central de la selección nacional. Quedó Pepillo en la línea del área grande, ante Carmelo, que iniciaba su salida tapándole todos los ángulos con su gran envergadura, ante lo cual Pepillo fintó hacia la derecha, hacia la que se lanzó Carmelo, engañado por el sevillista y éste, con el pie izquierdo, colocó la pelota en el palo contrario, lo que significó el gol de la victoria, con la desesperación de Carmelo.

Lo que no saben muchos es que Carmelo esperó a Pepillo en el túnel y le quiso pegar, porque decía que bueno estaba que le hubiera marcado el gol, pero que no admitía el "pitorreo" con que lo había hecho.

Por la Avenida de Dato abajo, el público iba todavía con los pañuelos en la barbilla, limipiándose la baba de gusto y de alegría de haber vencido a los vascos y de haber visto uno de los goles más bellos de la historia."

O si lo prefieren, aquí tienen la misma gesta narrada con la frescura de un excepcional cronista, el gran José Luis Herrera.
Como todos los genios, Pepillo sufrió también la incomprensión de la grada en esas tardes aciagas en las que, como un Rafael el Gallo, un Curro Romero o un Cagancho del fútbol, parecía que no quería destapar su tarro de las esencias.
Acabó abandonando Nervión para cambiar la alba elástica sevillista por la del Real Madrid más poderoso jamás conocido, donde generalmente fue suplente, a la sombra de monstruos sagrados como Di Stéfano o Puskas.
Antes, no obstante, se había paseado con el Sevilla por Europa, disputando la máxima competición continental, dejando su huella también en la conquista del torneo de las Bodas de Oro, así como los otrora prestigiosos trofeos Teresa Herrera o Ramón de Carranza.


Y dejando fundamentalmente para el recuerdo un puñado de partidos y goles memorables que desataban la locura de los aficionados.
Porque una buena tarde de Pepillo aseguraba una borrachera de olés en la tribuna, pañuelos blancos al viento festejando su fútbol, el público ronco de gritar, remedando luego sus fintas imposibles Eduardo Dato abajo o al propio futbolista en hombros de una multitud que parecía disfrutar con su juego como si de una faena en la Maestranza se tratase.


.
En estas tardes de gloria, la prensa, rendida ante su inmensa categoría futbolística, llegaba a llamarle gráficamente “Don José”.
Tras su paso por el Bernabéu, llegaría el episodio más exótico de su carrera, su fichaje por el River Plate bonaerense, el más grande club de Argentina, por mucho que actualmente no ande viviendo el mejor momento de su historia.


Pepillo era aún un futbolista de gran prestigio y el país hermano todavía no se había convertido en exportador compulsivo de jugadores a Europa, conservando aún a sus grandes figuras e incluso, como era este caso, incorporando jugadores foráneos que pudieran decir algo distinto en su fútbol local. Pepillo debutaba con River haciendo gol.
Podríamos escribir mucho más sobre su figura, como por ejemplo, las intrigas del Atlético de Madrid para arrebatar su fichaje al Sevilla, o cómo le fue negada una internacionalidad absoluta que legítimamente le correspondía, debiendo conformarse con el entorchado B en dos ocasiones. En cualquier caso, conviene recordar que en estos tiempos, la selección española B no era una Sub-21 ni nada parecido, sino un segundo equipo internacional, una especie de equipo reserva, en el que figuraban aquellos futbolistas que se encontraban casi en el mismo escalón que los grandes. De hecho, si en aquellos tiempos hubiesen estado admitidas las sustituciones durante el juego, la mayoría de estos internacionales B habrían sido internacionales absolutos o aumentado sus presencias en la máxima categoría.
Pocos jugadores blancos vendrían luego a suceder a Pepillo, y su fútbol afiligranado. De los que yo he visto jugar, tal vez Enrique Montero o quizás Moisés Rodríguez Carrión, aquel extremo canterano de los ochenta, pudiesen parecérsele algo, tanto en lo bueno como en lo malo. En cualquier caso, parece claro que estamos ante una clase de futbolista, hoy por hoy, en vías de extinción.
Falleció Pepillo en Málaga, en el año 2003, pero su recuerdo sigue intacto, y no quedará en el olvido.

6 comentarios:

  1. Genial Enrique, como cada post.

    Hoy nos descubres al gran pepillo, o Don José, como prefieran.

    ¿El último de la escuela sevillista? Seguro que no, aunque eso es otra historia.

    Un abrazo.

    PD: Te hechos echado hoy de menos en la radio.

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  2. Gracias, muchas gracias por relatarnos estas historias que delatan, una vez más, al más gande: el Sevilla F.C.

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  3. Post elegido como uno de los tres mejores posts publicados en la blogosfera sevillista durante la pasada semana.
    Felicidades.

    Un cordial saludo.
    Blogosfera Sevilla FC.

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  4. MI ABUELO QUE SI ERA BUEN JUGADOR ERA MEJOR PERSONA!!!!!GRANDE ENTRE LOS GRANDES ....TE HECHO DE MENOS SIEMPRE...

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  5. Gracias Tania, ¿podrías enviarme un e-mail a la dirección de mi perfil? Me gustaría contactar contigo respecto a tu abuelo y al departamento de Historia del Sevilla F.C.

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  6. Bueno, pues sin querer desprestigiar su memoria, porque esto sólo es una mera anécdota propia de los avatares deportivos, este hombre, y ahora lo encuentro por primera vez fue el "culpable" de que mi padre, que era hincha sevilllista de por aquel entonces junto con mi abuelo, decidiera dejar de ir a un campo de fútbol para toda su vida. Siempre lo contaba como anécdota en las reuniones familiares. En un partido, ni idea de cual, y ante las imprecaciones que por alguna mala jugada el público le dirigió, él, enfadado, fue para las gradas y como mi padre estaba en primera fila, le tocó: le marcó un puñetazo en toda la cara, jaja. No le hizo nada de particular que yo supiera, ni hubo los jaleos que se montan ahora por una tontería así (que si denuncia que si demás) pero sí consiguió eso, mi padre siempre lo decía: "desde entonces, se acabó el fútbol para mí". Y efectivamente, aunque veía los partidos por la tele, nunca fue un padre de estos que sacrificaran algo por ver un partido de fútbol.
    Pepillo, Pepillo, jaja, siempre lo recordaré, al fin y al cabo le debo que mi padre no fuera uno de estos hombres de entonces fanáticos del fútbol que podían resultar insoportables para las familias, :).
    Por cierto, que se da cierto aire al poeta Miguel Hernández.
    Saludos

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