En un día como hoy, después de la amarga noche copera de San Mamés, necesito bucear en lo más profundo de mi alma y aferrarme a mis fundamentos sevillistas para coger aire y mirar hacia adelante.
Y en éstas me he acordado de mi tío Antonio.
Figura esencial dentro de mi familia, de seguro extrapolable a vuestro entorno vital más íntimo y cercano.
No conozco a nadie más sevillista que mi tío Antonio.
Mis recuerdos de infancia van indefectiblemente unidos a las tardes en que me llevaba al fútbol de la mano, después de aparcar aquel viejo Renault 8 suyo, blanco blanquísimo, faltaría plus, en las inmediaciones del parque del Portaceli.
Eran los tiempos de Biri-Biri, Superpaco, Julián Rubio ….
El ascenso con Olsen, la terminación del estadio, aquella trompeta-bandera que se puso de moda, ¿os acordáis?
El marcador electrónico Orient…
Y aquellas sevillanas de los Rocieros:
“A cualquier niño andaluz,
a cualquier niño andaluz,
lo que más le maravilla
es decir como mi padre,
señores, soy del Sevilla.”
Me veo a mi mismo, con él, sacando a contrarreloj aquellas entradas pequeñas, minúsculas, de Infantil-Militar, a cien pesetas, en las taquillas del estadio. Todavía conservo algunas, manchadas de óxido, amarillentas, con el troquelado esculpido con aquel artilugio metálico para picar que utilizaban los porteros de entonces, esos con pinta de guardias.
Y en otras ocasiones, las menos, entrando con mi propio carnet, mágica cartulina blanca plastificada, con tu foto en blanco y negro y llena de escuditos en gris, salvoconducto expedido en la calle Harinas para mis sueños de chaval.
Aparecían nuevos héroes.
Paco Gallego, Scotta, Sanjosé, Bertoni, Enrique Montero…
Y mi tío haciéndome un hueco en el cemento de voladizo, entre los mayores, cubriéndome con un impermeable gris que me parecía inmenso, en las tardes de lluvia en Nervión.
El Sevilla de Cardo … y Francisco.
Como si fuera ayer.
Recuerdo también aquellas otras jornadas inacabables en que mi tío me contaba historias sobre Ramoní, Pepillo, Graça, Bancalero, Diéguez y, sobre todo, Marcelo, el gran Marcelino Campanal, aquel coloso que esprintaba como el Correcaminos de los Looney Tunes, levantando una estela de polvo en cada cruce para, tras unas milésimas de suspense, alzarse imponente, orgulloso, sobrado, con la pelota pegada al pie y el escudo al frente, cortando el aire del viejo Nervión, mientras el extremo de turno a duras penas podía ponerse de rodillas, aturdido aún por el remolino formado por el buen defensa asturiano.
Aprendí casi todo lo que sé del Sevilla de mi tío Antonio.
Cada lección.
Cada consejo.
Cada ilusión.
Cada secreto.
Y aún hoy sigo aprendiendo.
Forjado a fuego en el sentimiento sevillista por su padre, mi abuelo, supo transmitir ese veneno a sus sobrinos, primero, y a sus hijos, después.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras.
¿Cuánto vale esta imagen?
Ahora continúa su tarea, sabiamente, con mimo, con su primer nieto, Alejandro.
Ha vivido lo suyo, peina ya algunas canas (pocas, que está hecho un pincel), y puede presumir de una hoja de servicios sevillista privilegiada, que se abre de capa ni más ni menos que con el título liguero de 1.946, siendo apenas un bebé.
Y al cabo de muchos años de sufrimiento, de amargor, de resignación, aunque también de orgullo y firmeza, cuando a lo mejor ya no lo esperaba, la vida, su Sevilla, le tenía reservado un “premio gordo” para su fidelidad.
Cinco títulos como cinco soles, ahora que ya estaba jubilado, y con tiempo de sobra para paladearlos, acariciarlos, gozarlos.
Estuvo en Gelsenkirchen, con otros tres mil valientes (incluido un servidor), pero no pudo ir a Eindhoven, por razones que no vienen al caso exponerlas ahora.
Aquella noche mágica del 10 de mayo de 2006, primero me acordé de mi padre, Manuel, sevillista de ley a su manera, tanto tiempo ya en la tribuna del cielo.
E inmediatamente después, en acto casi reflejo, sentí el impulso de llamar a mi tío.
Necesitaba escucharle, sentir su alegría, compartir la gloria del triunfo con él, pese a la distancia.
Nunca olvidaré ese momento.
Luego fuimos juntos a Mónaco, Glasgow o Madrid. Levantamos nuevas copas, gritamos y reímos con los éxitos de nuestro equipo, nos fundimos en incontables abrazos.
Y seguimos polemizando de vez en cuando, como a él le gusta.
Del Sevilla, siempre del Sevilla.
Y que dure.
Va por ti, Antonio Carrasco.
Sevillista.
Gracias.
Pureza.
ResponderEliminarSevillista, que arte más grande. Se me han saltado las lágrimas leyéndolo. Verás cuando se lo enseñe...gracias
ResponderEliminarSaludos.
ResponderEliminarYo también tengo los ojos llorosos porque me has traído a la memoria, aunque siempre está, a mi madre.
A mi Grandísima Palangana, que me saluda desde el anillo de arriba.
Mi Grandísima Palangana a la que mi padre (que no le gustaba el fútbol, ni fumaba, ni bebía...) llevaba cada domingo al Estadio y la esperaba en el coche leyendo periódicos y haciendo crucigramas.
Mi Grandísima Palangana a la que pagábamos el carné entre todos los hermanos y a la que tuvimos que cortar el grifo porque, feroz sevillista, íbamos a sacar un día del Estadio en camilla. Infartada.
La que me donó la sangre roja y blanca.
Gracias, amigo.
Gracias.
Cuídate.
me acuerdo mucho de esa epoca cuando todo el mundo ibamos al campo por el simple echo de ver al sevilla sim presion .cuando un jugador hacia las cosas bien los sacabamos a hombros ,me acuerdo una vez cuando llevamos a biri biri hasta la gran plaza en hombro a el y a su hijo que era muy pequeño,era otro royo nos conformabamos con cualquier cosay ahora mira DONDE ESTAMOS.
ResponderEliminarImpresionante.
ResponderEliminarYa me gustaría a mí ser capaz de escribir algo con el sentimiento con que está escrito esta loa a D. Antonio Carrasco, sevillista de pro y mejor persona.
No te digo ya nada si alguién me lo escribiera a mí.
Creo que has equivocado tu vocación, te veo más en la línea de Vizcaino Casas o el propio Azaña.
Una sóla omisión en este mágnifico panegírico, a saber, también D. Antonio siempre ha sabido rodearse de excelsos sevillistas, y a buen entendedor ....
Tres emes, sé quién eres, buen pseudónimo: gran compañero de viajes europeos, finales, éxitos, apoteósicos triunfos. Bienvenido a este humilde blog, tu casa. Un fuerte abrazo. Y por favor, olvida los pronósticos...
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