Corrían vientos nuevos, suaves, ya era hora, por la ribera de Nervión, después de varios años tempestuosos, con el equipo ocupando un lugar impropio en la división de plata, y la amenaza, más teórica que real (por aquello de las carambolas), del partido de Linares en el horizonte deportivo más negro que se recuerda en sevillista.
Olsen trajo, según decía Eugenio Montes, “la disciplina que nos faltaba”, y el retorno a Primera, tras tres larguísimos años de penuria y desgracias (incluida la pérdida de Pedro Berruezo en Pasarón), se hacía por fin realidad de la mano de unos hombres, unos nombres, arraigados para siempre en mi memoria: Paco; Hita, Rivas, Martínez Jayo y Sanjosé; Jaén, Blanco y Rubio; Lora, Acosta y Biri-Biri.
La vida, con su peculiar timing para comparecer y su inclinación consustancial al melodrama, puso en mi familia la desgracia de la muerte de mi abuelo, el que fuera delantero, coincidiendo con el último descenso a Segunda del Sevilla. En su lecho de muerte, justo antes de partir hacia el tercer anillo, preguntaba todavía inquieto a los suyos, a su mujer, a sus hijos, si nos habíamos salvado.
Y coincidiendo esta vez con el ascenso a Primera, una nueva generación familiar empezaba entonces a peregrinar regularmente a Nervión cada domingo. Era algo así como el nacimiento a la vida de sevillista ejerciente, precisamente en uno de los momentos más felices y esperanzados de la historia del Club. Porque además de abandonar el pozo de la Segunda, se recuperaba el nombre de la entidad, Sevilla Fútbol Club, y se acariciaba por fin el ansiado cierre del estadio, que estaría presto y dispuesto para la temporada siguiente.
Eran tiempos, benditos tiempos, de cordialidad generalizada entre las aficiones de la ciudad. Todavía los políticos no habían metido cizaña a la rivalidad inventándose falsos roles de identidad social a la espera de que el aborregamiento del montón hiciera el resto. No importaba entonces que los de Heliópolis estuvieran armando el mejor equipo de su historia, los sevillistas podríamos esgrimir, podemos hacerlo, que las figuras más insignes del Olimpo blanquiverde, por ejemplo, Esnaola, Cardeñosa o Gordillo, jamás ganarían un derbi oficial, Liga o Copa, en el Sánchez-Pizjuán a lo largo de todas sus carreras.
La corriente de euforia sevillista llevó donativos a mansalva a las arcas del club, una fila cero, otra vez, para la terminación de las gradas, certificando por enésima ocasión el compromiso y la probada responsabilidad de la afición decana. Se cicatrizaba así una herida en el orgullo más hondo de los seguidores blancos, pues la obra inacabada del coliseo nervionense había servido de excusa para la mofa ajena en horas realmente muy bajas, cuando el sevillismo apenas tenía aliento para la réplica.
Y se disparaba también el consumo de la parafernalia propia de estas ocasiones, dando lugar a lo que he llamado el kit del ascenso.
¿Lo repasamos?
La ropa del equipo adquirida en Deportes Arza, blanco algodón inmaculado, sin ribetes ni logos ni nada de eso, con escudo y dorsal rojo para coserlos en casa. Balón de reglamento con pentágonos rojos y blancos. Si encima te lo despachaba el propio Juan Arza, subidón de los gordos.
Gorra de tela con visera de plástico rojo, roja igualmente en su parte superior, con laterales blancos, el escudo delante (en la frente) y un doble Sevilla F.C. escrito en rojo a los lados.
Bocina alargada de plástico blanco, con trompa roja, y banderín de plástico enrollado, con el escudo del Club en el centro, enmarcado en una orla celeste, que se desplegaba al hacer uso de la misma.
El disco de Los Rocieros, con las Sevillanas del ascenso (“Biri-Biri en el Sevilla / sigue marcando más goles / y sigue siendo Momodo / el mejor de los mejores”).
El libro ¡Dale al balón ...!, llamado popularmente “el de los birigoles”, con texto del periodista bético Gelán, e ilustrado con fotografías en blanco y negro de Ruesga Bono.
Finalmente, una fotografía color del mismo Ruesga, impresa en cartón, que un servidor guardaba celosamente en un bloc de cuatro anillas de la época, tamaño cuartilla, utilizado en preescolar, con un “recambio del 45”, lápiz del número 2 y una goma MILAN de nata, para hacer las tareas de clase.
Conservo algunos de estos fetiches, ya me conocéis, y he recuperado algún otro con el paso de los años.
Conservo algunos de estos fetiches, ya me conocéis, y he recuperado algún otro con el paso de los años.
Teletransporte al pasado asegurado.
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