domingo, 20 de diciembre de 2009

El año de las cuatro veces


Ahora que es tiempo de villancicos y remembranzas, me ha devuelto el azar de la memoria, desde el fondo de la pista, como si de un passing shot de Nadal se tratase, el recuerdo adolescente de un estribillo navideño y su particular soniquete, convertidos a la guasa sevillana por obra y gracia de los Biris de entonces.

Tenemos que remontarnos a la temporada futbolística 1982-83, y aquella letra, encajada como un guante a una mano en la sintonía de “Los peces en el río”, decía lo siguiente:

“…Pierden y pierden y vuelven a perder,
primero con Dunai y ahora con Marcel …”

Para su adecuada comprensión, entiéndanse a Dunai y Marcel como Antal Dunai y Marcel Domingo, técnicos húngaro y francés, respectivamente, del equipo de la barriada de Heliópolis, en aquella misma temporada.

Y es que aquel año fue el de la borrachera de derbis, en sevillista, por supuesto, nada más y nada menos que cuatro partidos de rivalidad local se disputaron, y en los cuatro, en cada uno de ellos, dos en casa y dos como visitantes, pasamos por la piedra a los verdiblancos, dándoles una lección de fútbol desde la A a la Z.

Los resultados parecían un número de teléfono de la época, 1-2, 2-0, 0-2, con el prefijo 2-0, poniéndole colofón a una trayectoria magnífica que culminó con una brillantísima clasificación, por segunda vez consecutiva, y de manera directa, para disputar nuestra querida Copa de la UEFA. De hecho, hasta que llegaron los felices tiempos que ahora disfrutamos, aquella fue sin duda la mejor temporada futbolística para los sevillistas de mi generación.

Lo cierto es que teníamos un equipo extraordinario construido sabiamente por Manolo Cardo, apodado por algunos, “Comebetis”, con la mezcla perfecta de canteranos y forasteros, en el que quizás flojeaba la delantera, aunque todavía estaba Santi en plena forma, antes de que N’Kono lo pasaportase al retiro.


La alineación-tipo solía ser la formada por Buyo, bajo los palos. Una defensa excelente, con Nimo, Serna, Álvarez y Sanjosé. Centro del campo para Francisco, Pintinho y Juan Carlos, con López, Magdaleno y Santi en la punta de ataque. Casi como jugadores número doce, eran también habituales Ruda, Montero, Moisés, Blanco y, en menor medida, Rivas, César o Curro. Fugazmente empezaban a participar canteranos de nuevo cuño como José Luis, Gervasio, Ramón o Manolo Jiménez.


El técnico coriano supo aprovechar algunos de los elementos del Sevilla de Muñoz, apuntalando el once con dos canteranos de oro puro, como eran Francisco López Alfaro y Ricardo Serna. Montes Cabeza se frotaba las manos por fin desde el palco, después de tantos años quedándonos con la miel en los labios.

En el rival, jugaban todos los que ellos consideran sus máximas figuras de todos los tiempos, Esnaola, Cardeñosa, Gordillo, Rincón, Ortega, Diarte y algunos elementos exóticos como Peruena o el inglés Peter Barnes, el tío más blanco que he visto en toda mi vida, incluso más que Poulsen, y que aportaba un toque de humor inestimable a los partidos (cuando jugaba, claro).

El primero de aquellos cuatro enfrentamientos fue liguero, en el Benito Villamarín, el 2 de enero de 1983, con arbitraje de Soriano Aladrén. Vencimos por uno a dos, remontando con goles de Santi y López (ver imagen inferior) el tanto inicial de los béticos, conseguido de penalti por Cardeñosa, después de una teatrera caída de Rincón en el área. Además de ese penalti injusto, nos anularon indebidamente un tercer tanto, obra de Juan Carlos, que debió redondear el marcador para reflejar la tremenda superioridad de los nuestros. Aquí tenéis el enlace con un video-resumen del partido, subido a Youtube por Escorpio500, a quien recomiendo visitéis.


El segundo partido, celebrado justo un mes después, se enmarcaba dentro de los octavos de final de la Copa del Rey, y celebróse en feudo sevillista, con clara victoria por dos a cero, goles de Serna y nuevamente Santi, que dejaban bien encarrilada la eliminatoria. Hemos de recordar que en aquellos tiempos, aún no tenían valor doble los tantos conseguidos en campo contrario.


Un servidor se encontraba en la grada baja de Gol Norte aquella fría noche del 2 de febrero de 1983, y recuerda no sin cierta mofa nostálgica, que el tanto del central sevillista, en aquella portería, lo hizo rematando con el culo (ver imagen inferior).


El tercer encuentro fue la vuelta copera en el campo municipal pagado por todos los sevillanos que el Ayuntamiento tuvo a bien obsequiar al club bético a dedo, por precio inferior a lo que costó el Carranza, y aproximadamente el 20% del costo inicial del Sánchez-Pizjuán (sin grada alta en los goles), precio por cierto cuyo pago nadie ha justificado hasta la fecha.


Fue la noche del 23 de febrero de 1983, que todos recordamos por la brutal, salvaje entrada del “Lobo” Diarte a José Luis Ruda (ver imagen inferior), cuando los nuestros ya estaban toreando al equipo local con un rotundo cero a dos en el palomar, y humillantes gritos de olé en la grada, entre los valientes sevillistas que acompañaron al equipo.


Paradojas de la vida, aquella agresión no afectó a la carrera del sevillista, hoy miembro de la secretaría técnica blanca, pero acabó con la de aquel paraguayo que, cuando llegó a Heliópolis, ya había gastado sus mejores energías en el Zaragoza y en el Valencia.


Los goles los hicieron Santi, desde el punto fatídico (ver imagen inferior), y Francisco. Durante el encuentro, el árbitro Urío Velázquez recibió un golpe con un objeto lanzado desde la grada.


El último choque de este póker de triunfos se jugó en el Ramón Sánchez-Pizjuán, el 1 de mayo de 1983, y servía para poner el cierre a la temporada liguera en casa. Victoria por dos a cero, con goles de Juan Carlos y Carlos Alberto Gomes, “Pintinho”, este último de penalti (ver imagen inferior).


Aquella tarde, el brasileño ensayó por vez primera una forma muy peculiar de lanzar penas máximas, sin tomar carrerilla, levantando la pierna derecha para el golpeo muy arriba, como si fuera un palo de golf, buscando la colocación del esférico cerca de cualquiera de los ángulos. La ejecución fue perfecta, a la escuadra, y Esnaola, al que muchos querían atribuir poderes mágicos para detener penaltis, solo pudo seguir la trayectoria del tiro con la mirada, haciendo la estatua. Aquella forma, bellísima pero a la par arriesgada, de lanzar los penaltis se la vi luego repetir a la gran estrella carioca Sócrates, en el Mundial de México 86. En el Sevilla, Pintinho tuvo que desactivarla a raíz de una eliminatoria de la Copa de la UEFA con el Sporting de Lisboa, en la que envió al poste derecho de la portería portuguesa el penalti que nos señalaron a favor en el último minuto, tras una falta sobre Moisés.

En la Copa del Rey, nos eliminó el Real Madrid en los cuartos de final, con extrañísimo partido de vuelta, en el que Buyo regalaría a Santillana el tanto de la victoria capitalina.

En la Copa de la UEFA, tras eliminar meritoriamente al Levski Spartak de Sofía y al PAOK de Salónica, caímos en los octavos de final ante el todopoderoso Kaiserslautern de los colosos Briegel, Allofs y Brehme, con pifia arbitral en la ida (anulación de un penalti pitado en las postrimerías que nos podría haber puesto con dos-cero) y cúmulo de lesionados para la vuelta en Alemania.


De aquel equipo sevillista de principios de los ochenta, uno guarda los mejores recuerdos, aún reconociendo que estaba a años luz del actual, pero siempre he tenido una duda sobre su rendimiento, imposible de resolver, y que hoy quiero compartir con vosotros: qué hubiera sido capaz de hacer aquel Sevilla si hubieran coincidido en el tiempo aquellos jugadores que Cardo subió del filial con Scotta, Montero y Bertoni en la delantera. Razonablemente, nos podrían haber dado algún título, principalmente la Copa doméstica, que otros, con muchos menos elementos sobre el papel, llegaron a conseguir. Baste recordar que por aquellos años, y con todos mis respetos, hubo equipos de segunda fila que alcanzaron la final, como Castellón, Elche, Las Palmas, Sporting de Gijón, Betis, Castilla o Valladolid, algo inconcebible años atrás, en la época clásica del fútbol español. Nosotros, mientras tanto, nos quedamos dos veces en las semifinales, a las puertas del triunfo, un triunfo para el que aún tendrían que transcurrir más de veinticinco años de una larguísima espera.

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