Esta vez fue
distinto, siempre lo es, aunque de otra manera.
Lo habíamos
hablado, no hace tanto.
Habíamos
bromeado incluso sobre la hipótesis de una hazaña más de nuestro equipo, con la
inocencia de quienes no esperan otro regalo así, uno más, para la fidelidad de
toda una vida.
Y todo fue muy
extraño, familiarmente ajeno.
Sin ti, esta
vez, fue todo distinto.
Tú y yo lo
sabíamos, lo sabes.
No pudiste
viajar con nosotros a Holanda, pero estabas presente, allí, con los tuyos, en
nuestras cabezas, en nuestros corazones, en nuestro orgullo de pasear Sevilla
por la cima del fútbol.
Y nada más
terminar la fiesta en el Philips Stadium, del que no queríamos irnos, del que
no podíamos separarnos, te llamé por teléfono para fundirnos en un maravilloso abrazo
a 2.000 km de distancia. ¿Te acuerdas?
Ayer tampoco
viniste, ayer no formabas parte de ese ejército carnal que atravesó media
Europa para cumplir su sino.
Estuviste
presente, una vez más, como siempre.
Pero no pude
hablar contigo al terminar el partido.
No pude
fundirme contigo en un abrazo como hicimos en Mónaco, Glasgow, Madrid,
Barcelona o Turín.
Nunca los goles
en rojo y en blanco fueron más tristes que los de anoche, los que nos coronaron
nuevamente como gigantes tras una gesta sin par.
Por ti fueron
mis lágrimas, por ti mi tristeza más profunda en otra noche de gloria.
Por ti me sentí
solitario en el centro de ocho mil almas sevillistas locas de entusiasmo y pasión.
Por ti son
estas líneas que casi no puedo escribir.
Por ti,
Antonio, otra vez, tu Sevilla, alcanza el cielo.
Para estar
cerca de ti.
Ahora que nuestros
héroes pueden oírnos, grita conmigo:
—CAMPEONES,
CAMPEONES, OÉ, OÉ, OÉ …
No hay comentarios:
Publicar un comentario